miércoles, 11 de noviembre de 2020

malvavisco

Autocaricatura de Tono

A Marina Díaz López

Hace tiempo que andábamos tras el inaccesible Ángeles Rubio-Argüelles: Una dama del teatro [Málaga, 2004], de Jesús García de Dueñas, porque estábamos seguros de que contendría información valiosa sobre la relación de Conchita Montes con Edgar Neville. El conde de Berlanga de Duero conoció a Conchita, joven estudiante de Derecho, en 1933 y, según todos los testimonios, para entonces ya estaba más o menos separado de Angelita: él sigue viviendo en la casa del matrimonio, en la madrileña avenida de Alfonso XII, frente al parque del Retiro, y ella regresa a Málaga, donde cría a los dos vástagos del matrimonio.

Ahora, al tiempo que vamos constatando que nuestras conjeturas eran acertadas, nos vamos tropezando también con lo inesperado. Creíamos tener censada toda la obra teatral de Tono, cuando en la conversación entre García de Dueñas y Teresa Cortés o Raúl Sender, surge el título de Malvavisco.

Es la historia de un torero que se llamaba Malvavisco —asevera Sender—. Era una especie de parodia de Malvaloca (…) y la acción se desarrolla en un ambiente en el que todo el mundo aparece vestido de flamenco, de gitano. (…) Era muy gracioso. [op. cit., pág. 377.]

Es que ésa es la que más dinero dió —remata Teresa Cortés—. En cuanto había algo que fallaba, hacíamos Malvavisco. [op. cit., pág. 356.]

Y consultando la programación de ARA, el teatro de Angelita Rubio-Argüelles, comprobamos que, en efecto, se programó en octubre y noviembre de 1963 y se repuso en 1970, 1971, 1972 y 1974. Otras “funciones” tonescas en el repertorio de la compañía son ¡Qué bollo es vivir!, Crimen pluscuamperfecto, Guillermo Hotel, Francisca Alegre y Ole y Federica de Bramante o Las florecillas del fango, que Tono escribió en colaboración con Jorge Llopis. También la adaptación toniana de La reine blanche, una comedia de Pierre Barillet y Jean-Pierre Gredy, que se estrena en 1961 en el teatro Reina Victoria con el título de Bubú y de la que escribe Marqueríe:

Bubú, mitad sainete y mitad vodevil, es, por lo tanto, una pieza de ambiente, de tipos, de tensión grotesca y, sobre todo, de un diálogo intencionado, ligero, fácil y chisporroteante, que encierra toda clase de trucos y sorpresas verbales. No es el chiste o el retruécano lo que despierta aquí la risa, sino un juego más ingenioso y sutil: la alusión inesperada, la comparación imprevista, la definición chocante, la perífrasis o la hipérbole de tan honda raíz festiva que nadie puede resistir a su impacto cómico. El segundo acto de Bubú es lo más cómico que ha salido de la pluma del gran humorista Tono. [Alfredo Marqueríe: “En el Reina Victoria se estrenó Bubú, arreglo escénico de Tono”, en ABC, 13 de mayo de 1961, pág. 81.]

Entre las no censadas y de las que no encontramos rastro de su estreno en Madrid, La hora tonta y este Malvavisco que ha despertado nuestra curiosidad. Parece que esta nueva incursión en el teatro “de pandereta” tiene cierto predicamento en Málaga y Melilla porque lo que sí que descubrimos son puestas en escena recientes en dichas ciudades. Ante su estrenó en el teatro Perelló escribía el recensionista local que se trataba “una de las comedias más absurdas, disparatadas y divertidas” de Tono. [El Telegrama de Melilla del Siglo XXI, 4 de junio de 2006, pág. 19.]

Angelita había conocido a Tono, por mediación de Neville, a mediados de los años veinte. Estuvo en Hollywood con él y su mujer, Leonor Ornstein, en 1930 y cuando se produce el golpe militar de julio de 1936 está veraneando con ellos en Hendaya. Sabemos también que Tono era un habitual de Malibú, la casa que Edgar y Conchita habían construido en Torremolinos, en unos terrenos que pertenecían a la madre de Angelita, Carlota Alessandri. Gracias al dinero heredado por la venta de estos rellenos, la condesa de Berlanga de Duero pudo construir en Málaga el coqueto teatro ARA y recibir en su casa, Villa Carmen, al actor Manuel Dicenta, a los directores escénicos Huberto Pérez de la Ossa y Alfredo Marqueríe, al compositor Fernando Moraleda y a nuestros comediógrafos de cabecera, Tono y López Rubio. Lo que también descubrimos es que la compañía ARA nunca montó una comedia de Neville, porque doña Ángeles decía que no le gustaban nada. A Conchita, Concepción Carro en el siglo, siempre la llamó "la Carro".