En mayo de 1935 el ucraniano afincado en Francia Eugène Deslaw emprende para la productora Victofilm la realización de una serie de celuloides rancios, en este caso procedentes de los voltios de Gaumont, en la que tiene parte principal la locución humorística del veterano comediante Michel-Maurice Levy “Bétove”. La prensa recoge algunos títulos de la serie, como L’heritage (1935) —¿de Onésime et l'héritage de Calino (Jean Durand, 1910)?—, pero sólo nos es dado juzgar por la producción que ha llegado a nuestros días: Un monsieur qui a mangé du taureau (1935).
El origen está en
la comedia homónima estrenada el 3 de mayo de 1909. Se
trata de la clásica trama burlesca de persecución y trompazo con dos elementos
originales. El primero de ellos es la idea motriz: el proceso de bestialización
en el que se ve sumido un honrado burgués por ingerir carne de toro. Apenas
terminada la comida un tipo escuchimizado se encasqueta unos cuernos inmensos
que adornaban el saloncito y empieza a embestir a sus compañeros. La peliculita
va hilvanando escenas slapstick en las que el orden burgués queda patas arriba. Primero los demás comensales, luego la
servidumbre, más tarde, ya en la calle, los transeúntes y la policía son
acometidos sin descanso por el hombre convertido en fiera. El problema de orden
público alcanza tal magnitud que los gendarmes deciden telegrafiar a Sevilla y
reclamar la presencia de Ricardo Torres “Bombita” y de toda su cuadrilla para
acabar con el bicho. Después de una parodia de corrida con paseíllo por los
mismísimos Campos Elíseos y salto de garrocha incluidos, cuando el matador —que
no es, por supuesto, el propio Bombita, sino un anónimo comediante galo—, se
dispone a entrar a matar, el hombre poseído por el espíritu del animal termina
de hacer la digestión y vuelve a su ser. Los gendarmes lo apresan y los toreros
saludan al púbico como si estuvieran en una función teatral.
Éste es el segundo elemento destacado de la película de Gaumont: su carácter conscientemente ficticio. La puesta en abismo de este saludo al público espontáneo de la corrida bufa, que es al mismo tiempo una reverencia al público de la sala de cine, se ve potenciada en otras escenas por artificios como la aparición del texto del telegrama sobre el encuadre del telegrafista enviándolo. En un momento determinado, el minotauro se enfrenta en la calle a un mulo, que no es otra cosa que un hombre con una tosca técnica pugilística y un disfraz equino que delata en todo momento su condición de tal.
El resultado es
una comedia bufa en la que el componente surreal procede del original, antes
que de una desarticulación de intención vanguardista. Deslaw cumple como
técnico de montaje y experto en trucajes de laboratorio, sin que podamos
atribuirle ningún rasgo de autoría.
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