domingo, 19 de enero de 2020

el acusado tiene la palabra


La excentricidad de los diálogos de Intriga (Antonio Román, 1943), obra del fundador de La Codorniz, provocó algunas críticas acervas, así que Miguel Mihura decidió agarrar el toro por los cuernos y se enfrentó a un anónimo redactor de la revista Primer Plano para aclarar sus puntos de vista sobre el oficio de dialoguista en particular y sobre el humor en general:
—¿Juzgas preciso que para ganar la carcajada del público salpiques los diálogos con ese humorismo tan personal tuyo que la crítica te ha censurado?
—Sobre la forma de hacer los diálogos, tanto serios como humorísticos, puede hablarse muy extensamente porque el tema, de por sí, ya es de interés; pero como tú no dispondrás de tanto espacio como extensión podemos dar a nuestra charla, tendré que limitarme exclusivamente a la pregunta. La carcajada del público puede lograrse con el humor fino de unas frases que dejen flotar la gracia para que el espectador la recoja o no, y por el humor manifestado abiertamente en donde la gracia se presenta al público resuelta por completo. Ahora bien: tanto una forma como la otra, hay que hacerla con arreglo al guión que uno tiene delante y a la psicología de los personajes mudos que nos presentan para que les demos el habla. El dialoguista, aun a pesar de la libertad que puede tener para orientar su trabajo, debe ajustarse a la línea que en el argumento llevan los personajes. Sería absurdo que a un personaje de conducta seria y equilibrada se le adjudicasen unas frases en el diálogo totalmente contrarias a su carácter. Pero con un personaje histérico, desequilibrado y extravagante si se quiere, como el que Guadalupe Muños Sampedro interpreta en Intriga, pueden atribuírsele frases y palabras fuera de lugar porque encajan perfectamente en la psicología que el autor le ha creado. El hecho de que por una confusión telefónica —que es lo más se ha censurado—diga la artista que su casa no es una carbonería, es totalmente natural, ya que en la vida real ocurre innumerables veces; y el agregar que ella no tiene cara de carbonería es también lógico si se tiene en cuenta la extravagancia de esta mujer. El que la frase tenga o no gracia, no es cosa propia de aclararlo aquí; pero en el supuesto de que no la tenga, no es justo decir, por ello, que el  diálogo es absurdo. El diálogo es mío desde el principio hasta el fin, y sólo he metido en él cinco o seis frases de este estilo que me censuran. Si realmente estas frases no gustan, habría que decir: “el dialogo que el artista tal dice en tal escena, lo consideramos absurdo”; pero nunca hacer general el juicio sobre el diálogo cuando lo que se comenta y señala como absurdo son sólo cinco o seis frases. Finalmente, yo estoy muy contento con lo que he hecho, y he comprobado que estas palabras, precisamente, son las que más gracia hacen en el público, que al fin y al cabo es para quien se hace cine.
“El acusado tiene la palabra: Miguel Mihura y sus diálogos”, en Primer Plano, núm. 139, 13 de junio de 1943.

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